¿Crees en las maldiciones?
Nunca lo hice.
No hasta esa fatídica noche, hace seis años, cuando me senté
en La Silla del Diablo y pedí un deseo.
No hasta que se hizo realidad.
No hasta que conocí al mismísimo River Calibán, heredero de
una gran cantidad de maldiciones. Mi predestinado enemigo jurado.
Sabía que debía haberme mantenido alejada de él. Debí haber
corrido hacia el otro lado cuando gritó mi nombre, cuando mostró su sonrisa
pecaminosa, pero en vez de eso, caminé hacia él, dejando la luz atrás. En
cambio, fui contra toda razón, contra toda advertencia, y asistí a la gala del
año en su oscura y supuestamente embrujada mansión en la cima de la colina.
En el momento en que doy un paso dentro, sé que estoy en problemas, pero hay algo en River que me magnetiza, me atrae y cuando me pide lo imposible, me resulta doloroso rechazarlo.
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